sábado, 27 de octubre de 2012

Los libros

Tal día como hoy, 27 de octubre de 1807, Napoleón Bonaparte y Manuel Godoy firman el Tratado de Fontainebleu, que daba libertad de paso a las tropas francesas en territorio español, para invadir Portugal conjuntamente con España.

Y si son en papel, mucho mejor. El olor a libro nuevo es algo que el e-book no podrá nunca transmitir.

Me he criado leyendo libros. Mentiría si dijera que no jugaba a la videoconsola o que no salía a la calle a divertirme con mis amigos. Había tiempo para todo en la infancia, en esa etapa de la vida en que lo más importante es jugar, reír, correr, socializar. Esa etapa en que vivimos en una burbuja en que nada nos afecta, en que no somos conscientes de los problemas, en que todo es alegría, y a veces no reflexionamos sobre nuestros actos y pedimos a nuestros padres cosas que no nos pueden dar.

Aunque esto ya está cambiando. Los niños de ahora le preguntan a sus padres por qué tienen que llevar tupper al colegio, por qué no tienen dinero para ropa nueva, por qué hace meses que no van al cine...Los niños de ahora son más conscientes de las dificultades económicas familiares que los niños de mi generación, que nos criamos con el paraíso teórico del capitalismo triunfante y rampante de los 90. El Dios Dinero contamina al ser humano desde pequeño. Imbuyen a los críos en el consumismo masivo, primero de juguetes o bicicletas, y luego de ropa, comida, ocio...Tal vez los niños de generaciones anteriores eran más felices con menos juguetes, porque los que tenían los aprovechaban al máximo.

Pero me estoy yendo del tema. Los libros. Me críe leyendo Harry Potter. Desde criajo leía y releía una y otra vez mis libros de J.K. Rowling, tal vez con la ilusión y la esperanza de que algún día me llegara una carta en el pico de una lechuza y pudiera asistir a la Escuela de magos. Pero las cosas no pasan porque salgan en un libro o una película fantásticos. La realidad insiste en su crudeza, y tuve que asistir a un instituto público. Ahí comprobé la realidad, ahí rompí mi burbuja. Un profesor de inglés venía todos los días a clase con una chapa de NO A LA GUERRA. Después de clase, me hablaba de Aznar y de Irak con gesto amargo y sonrisa irónica dibujada. Fue mi primer contacto con la realidad política, y apenas tenía 13 años. Los libros, y no solo ese profesor, me despertaron. Ya con 16 años intenté leerme una edición juvenil de "El Capital" de  Karl Marx. Infumable. Aún así me interesaba por toda obra política que cayera en mis manos. Cuanto más dogmática e ideologizada, mejor.





Entré en el PCE y sus Juventudes. Recuerdo que lo primero que te daban al entrar como pre-militante era un cuadernillo que se titulaba algo así como "Qué es el marxismo-leninismo y por qué somos comunistas". Intentar ideologizar a un chaval de 16 años en cuestiones tan complejas. No hablaban simplemente de lucha de clases, sino que abordaban cuestiones teóricas y criminalizaban no solo a socialistas y anarquistas tanto actuales como durante todas las etapas de la historia. También le daban caña a todo aquel troskista o comunista dogmático que no siguiera el mismo dogma que ellos. A pesar de ello, eran y son gente combativa.Estaban en cada manifestación, en cada huelga, en cada conflicto laboral. Eran una buena Iglesia obrera, pero yo soy ateo.

Continué avanzando en mi vida, y leyendo nuevos libros, aunque no tantos como debía. Conocí a nuevas gentes en Bachillerato, que me enseñaron otra forma de ver la vida. Aprendí a apreciar los momentos sencillos, a salir un rato al parque a beber. Sí, en mi adolescencia-inicio de la juventud me harté de irme a beber con mis colegas. Y puedo afirmar categóricamente que por cada borrachera perdía la oportunidad de leerme un buen capítulo de un buen libro. Dejé de lado los libros. Empecé un grado superior de Producción Audiovisual, conocí a gente maravillosa (tengo una entrada en borrador dedicada a ellos, a falta de insertarle fotos), y poco a poco fui llegando al momento de la Universidad. A pesar de no ser la esfera de razón y sabiduría que la Universidad ha sido en algunos momentos de su historia, sigue siendo un espacio de cultura y de reflexión crítica, al menos en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla.

Para mi fue como entrar en otra dimensión. Se me abrieron cientos de canales y de vías de comunicación que llegaban directamente al saber. Por primera vez en mi vida conocí a mucha gente a la vez que apreciaba leer un buen libro, que apreciaba la cultura de lo escrito. Comencé a adentrarme más profundamente en el mundo de los libros. Volví a recordar mi infancia con Harry Potter y a leer cada día alguna novela o libro histórico. Empecé a interesarme por las obras dedicadas a la historia de la humanidad. Desde hace casi un año leo y colecciono revistas de Historia, leo prensa escrita en papel (siempre fui un lector de la prensa deportiva en papel, pero no de la generalista). Empecé con Público, que regalaba libros de su Colección Crítica con su edición dominical. Gracias a este diario de izquierdas logré tener una pequeña colección de libros de Trosky, Lenin, Rosa Luxemburgo, Bakunin...

La magnífica biblioteca de mi facultad, además de la biblioteca de mi barrio, me proporcionaron las obras necesarias para aumentar mi saber. Sacaba una y otra vez libros de ambas bibliotecas. Los profesores te mandan libros como complemento, pero yo solo leía los que mandaba Eloy Arias, el profesor de Historia del pensamiento político-social. Leí a Rousseau, David Hume, Montesquieu, pero sobre todo, y especialmente, a Rousseau, autor con el que comparto la mayoría de sus ideas y análisis de la realidad y de las necesidades del ser humano, así como sus ideas utópicas de una sociedad mejor.

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Este verano de 2012 me saqué una gran obra que recomiendo a todos los amantes de la literatura histórica, y también a los amantes de la novela. Es una mezcla de ambos géneros. Se llama "Imperio, la novela de la Roma de los Empeadores", escrita por Steven Saylor. Hace un repaso desde el Augusto hasta Adriano, a todos los emperadores que pasaron por Roma, a través de la visión de una familia aristocrática y antiquísima, que pobló Roma incluso antes de que la ciudad misma existiera, la familia Pinario. Fue una obra que, junto a las que leí recomendado por mi profesor de Historia, me certificaron que realmente la historia, tras el periodismo y la política, es mi ciencia favorita. Creo que si no estudiara Periodismo, estudiaría Historia. Las revistas de Historia que antes compraba solo de forma ocasional, ahora me las bebo cada mes si o si.


¿Qué he querido decir con todo esto?

Los libros son el saber. En un buen libro encuentras mucho más que una historia o unas ideas determinadas. Aumentas tu saber, aumentas las herramientas con las que conocer el mundo y la realidad que te rodea, así como las formas de cambiarlo o la capacidad de teorizar sobre ese cambio. Sólo conociendo fehacientemente nuestro alrededor podemos intentar transformarlo. Es una pena que solo un pequeño porcentaje de la población lea al menos un libro al mes, pero vea diariamente telebasura o consuma miles de productos que nada aportan a su cultura.

No se puede imponer la lectura, pero se debe evitar que el pueblo sea inculto. Porque la incultura es lo que las clases poderosas quieren que haya. Quieren un pueblo inculto, un pueblo que se base solo en instintos primarios. Un pueblo inculto es un pueblo que no se rebela, y que si se rebela, nunca tendrá claro por qué lo hace o qué es lo que debe hacer en esta rebelión para acabar con la desigualdad y lograr la justicia social que se le negó hasta entonces.



Uno de los libros que más me han marcado es 1984, de George Orwell. Aunque he leído tres obras de este autor inglés, y todas ellas son magníficas, especialmente quedó grabada a fuego en mi ser 1984. En esa obra, los obreros vivía en barrios de mierda, bombardeados constantemente en una guerra irreal que se mantenía por beneficio de los poderosos. El estado constante de guerra disminuía a cero la crítica política. Los obreros solo escuchaban música a-crítica, música sobre el amor, sobre la pasión, sobre instintos primarios. No tenían memoria, ni cultura, ni conocimiento histórico.

Hasta que no tengan consciencia de su fuerza, no se rebelarán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema. 1984: Winston, escribiendo en su diario sobre las proles.

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